Inhumano

-¡Eh, despierta!

-‎ ¿Qué?

Raúl abrió los ojos con pesadez y se incorporó lentamente en el asiento del conductor. Aún notaba la huella que el volante le había dejado en la sien tras varias horas durmiendo en el coche. La ropa estaba húmeda y sintió un escalofrío. Se bajó del coche, no sin cierta dificultad, y sin separarse demasiado del coche, orinó. Mientras lo hacía observó a su alrededor. Estaba en medio de la nada, rodeado de una hierba amarillenta y muerta, surcada de botellas rotas, condones usados y basura diversa.

Cuando acabó, volvió a su coche con paso vacilante. Aún seguía borracho, pero empezaba a notar los estragos de la resaca. Se metió de nuevo en el coche y rebuscó en el suelo del asiento del copiloto.

-¿No has bebido suficiente ya?

-Olvídame…-gruñó.

Descorchó la botella y bebió con avidez. Notó como su cuerpo entraba en calor a medida que el licor resbalaba por su garganta y se recostó en el desvencijado asiento, al tiempo que dejaba escapar un sonoro eructo.

-Eres asqueroso ¿Lo sabes, verdad?

-‎Y tú un grano en el culo ¿Lo sabes, verdad?

Ante su propia ocurrencia, una mueca que trataba de imitar una sonrisa dejó al descubierto sus dientes amarillentos, víctimas del alcoholismo. Tras apurar media botella en unos pocos tragos, decidió que era hora de volver a casa. Se incorporó un poco. Se mareaba y su visión era borrosa. Aun así, consiguió girar la llave y poner en marcha el coche.

-¿En serio vas a conducir así?

-‎ ¿Te callarás algún día?

En pocos segundos, el coche volaba a toda velocidad por la carretera.

-‎ ¡Si sigues conduciendo así tendremos un accidente!

– ‎Así acabará el sufrimiento.

-‎ ¡Vas a matar a alguien!

-‎Daños colaterales.

-‎Si quieres morir no tienes porqué llevarte a nadie contigo.

-¡Cállate de una vez!

A gran velocidad, llegaron a una pequeña ciudad y, esbozando una sonrisa irónica, Raúl suspiró:

-¡Ah! Hogar, dulce hogar…

El coche pasó por delante del bar habitual de Raúl, pero no se detuvo.

-Te lo has pasado.

-‎No voy al bar.

-‎ ¿Adónde vas, entonces?

-‎A casa- sonrió.

-‎No, no puedes ir a casa en este estado. Tu familia no tiene la culpa de tu mierda de vida, no tiene la culpa de que tú seas un mierda.

-¿‎Que no? Esos ingratos tienen toda la culpa. Es culpa suya que no haya llegado a nada. Tampoco me sirven para nada, son unos inútiles…salvo para gastarse mi dinero, para eso sí sirven. Pero eso se ha acabado.

-¿Qué dinero? Llevas años sin trabajar, te pasas el día en el bar, no te ocupas de tus hijos y es tu mujer la que tiene que sacaros adelante, para después aguantar y sufrir tu mal humor.

-Tienen lo que se merecen.

-¡Déjalos en paz! Les amargas la vida a diario y se la llevas amargando años. ¿No crees que ya es hora de dejar de ser tan…?

-¿Tan qué? ¿De repente no te salen las palabras?

-‎Miserable. La única razón por la que siguen contigo es porque eres un tarado y te tienen miedo.

– Hacen bien.

En ese momento, el coche se detuvo frente a una bonita casa de ladrillo rojo.

-Acabemos de una vez- masculló mientras se bajaba torpemente del coche.

Agarró la botella y, apoyado contra el coche, observó la casa y las luces encendidas, e imaginó a los niños correteando y preparándose para ir al colegio.

-No lo hagas, por favor. Te lo repito de nuevo, si quieres morir, suicídate tú y ya está. No tiene porqué sufrir nadie más.

-¿Por qué hacerlo aburrido cuando puede ser divertido?

-‎No lo hagas, por favor.

-‎Detenme.

-‎Sabes que no puedo.

-‎Porque no existes.

-‎Porque soy lo poco humano que hubo una vez en ti.

Raúl se encogió de hombros, apuró la botella y avanzó hacia la casa. La puerta se cerró tras él y las luces se apagaron así como la vida de su mujer y sus dos hijos una mañana de otoño de 2017.